En la entrada anterior de este blog
expuse los argumentos que me llevan a considerar que en una lengua como la
española el sexismo o discriminación de la mujer está profundamente arraigado y
no solo en palabras como “padres” o la facilidad con que los términos que se
refieren a las mujeres adquieren connotaciones peyorativas: “una cualquiera”,
“una fulana”, “una zorra”, sino también en la propia estructura de la lengua
con la asimetría entre los géneros masculino y femenino y el uso del masculino
como genérico, “niño”, “los niños”, que alimentan y refuerzan la óptica de varón
prevalente en la sociedad y la invisibilidad de la mujer.
Mi posición no es compartida por un gran
número de lingüistas que ven el lenguaje como lógica, como un mecanismo formal
internamente motivado y aislado de la influencia de factores externos ajenos a
la estructura interna de la propia lengua. Esta posición es quizás la
que llevara a Ignacio Bosque, uno de los
grandes lingüistas de nuestro país, a escribir el informe Sexismo Lingüístico y Visibilidad de
la Mujer en el que se considera que desde el punto de vista
lingüístico las recomendaciones para un uso no sexista del lenguaje son un
desatino y totalmente innecesarias. Este informe fue avalado por la Real
Academia Española RAE en un pleno el 1 de marzo de 2012, y luego defendido en
un manifiesto de apoyo a Ignacio Bosque suscrito por muchos lingüistas tras los
ataques recibidos a raíz de la publicación en la prensa del informe, muy
crítico con las recomendaciones de las guías para un uso no sexista del
lenguaje promulgadas por instituciones públicas, sindicatos, universidades,
etc. Guías que nos invitan a llevar a cabo desdoblamientos del tipo “los
alumnos y las alumnas” o a usar sustitutos como “el alumnado”, o, como
recomienda Álvaro García Messeguer en su libro ¿Es sexista la lengua española?, a especificar cuando fuese necesario “alumnos
varones” para evitar que confluyan los valores genéricos y específicos de las
palabras masculinas.
Así pues, en este tema del sexismo
lingüístico, los hablantes de la lengua española nos hallamos entre dos fuegos.
Por un lado se sitúan instituciones del prestigio de la RAE, que invitan e
incluso instan a no hacer nada pues niegan que haya sexismo en el lenguaje y
ven mal encaminadas y equivocadas las guías y sus recomendaciones de uso no
sexista. Como mucho, nos invitan a evitar los ejemplos claros de usos sexistas
del lenguaje como los saltos semánticos (adivinanza: qué es como un niño,
sonríe como un niño, llora como un niño, juega como un niño, canta como un
niño, pero no es un niño? Respuesta: una niña), o la óptica de varón patente
como en la siguiente cita del Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita:
"Como dice Aristóteles, cosa es
verdadera
el mundo por dos cosas trabaja: la
primera
por tener mantenencia; la otra cosa era
por tener juntamiento con hembra
placentera."
Curiosamente, la propia RAE lleva
décadas intentando eliminar esa óptica de varón del DRAE, su diccionario de la
lengua y publicación estrella, sin terminar de lograrlo del todo. ¿Por qué
será?
Por el otro lado, nos encontramos
quienes nos sugieren rebelarnos ante la injusticia y desigualdad existente
entre hombres y mujeres, usando el lenguaje de forma innovadora de manera que
dejemos de reforzar y perpetuar esa desigualdad con nuestros usos lingüísticos.
De ahí la proliferación de guías de lenguaje no sexista. La idea subyacente que
justifica esta posición es que si cambiamos nuestro lenguaje ayudaremos a
cambiar la realidad que este refleja, muy en línea con el caso extremo de la
neolengua que aparece en la novela 1984 de
George Orwell o del lenguaje políticamente correcto, del que el uso no sexista
del lenguaje no es sino uno de los ejemplos prototípicos y que más éxito ha
tenido, por lo menos en el mundo de habla inglesa.
¿Qué debemos o podemos hacer frente a
esta cuestión tan compleja en la que nos vemos forzados a tomar partido y
adecuar nuestros usos lingüísticos a una posición u otra, con el peligro de ser
tachados como machistas, reaccionarios y conservadores por los más extremistas
de un bando, o de usar la lengua de forma incorrecta e incluso estropearla por
los del otro?
En primer lugar debemos ser conscientes
de un hecho que no se suele tener en cuenta y que ha señalado muy bien Juan
Carlos Moreno Cabrera, otro de nuestros grandes lingüistas, a saber, que tanto
las prescripciones de la RAE como las recomendaciones de las guías para un uso
no sexista del lenguaje van dirigidas a los registros de lenguaje elaborado, ya
sea escrito u oral en contextos formales, donde solemos monitorizar nuestras
producciones lingüísticas. En los contextos de uso automático e informal del
lenguaje, los más habituales y caracterizados por la diversidad y la variedad,
solemos usar las formas lingüísticas más extendidas y que hemos aprendido y
automatizado desde pequeños.
¿Qué podemos hacer, pues, a la hora de
escribir o hablar en registros formales donde monitorizamos lo que decimos y
tenemos que tomar una decisión con respecto a si tenemos en cuenta las
propuestas de las guías o hacemos caso a la RAE? Yo solo puedo contar mi
experiencia personal, lo que hago yo y lo que recomiendo a mis alumnos y
alumnas que hagan. Cuando volví de estudiar de Estados Unidos, en diciembre de
1992, muy concienciado con esta cuestión, intenté empezar a usar en mi vida
profesional, en mis clases y en lo que escribía, un lenguaje no sexista. Pero
enseguida me di cuenta de que si uno quisiera llevar el uso de un lenguaje no
sexista a sus últimas consecuencias tendría que dejar de escribir o hablar.
Además, empecé a plantearme si hacer esas reformas en el lenguaje elaborado de
cada uno tenía algún efecto práctico de transformación de la realidad, aparte
de servir para llamar la atención y tomar conciencia del papel del lenguaje en
la perpetuación del sexismo en nuestra sociedad.
También me di cuenta de que excepto en
el lenguaje administrativo, donde el resultado es convertir unos textos ya de
por sí farragosos en aún más farragosos, en los demás ámbitos resulta poco
natural y elegante el intento de hacer un uso no sexista del lenguaje en todo
momento. Lo que decidí hacer finalmente fue adoptar y seguir las propuestas y
recomendaciones que me gustan y que se adaptan a mi forma de usar la lengua
demostrando así que tengo sensibilidad con respecto a este asunto, pero sin
obsesionarme con ello. Así, se puede ver en este blog que uso el masculino
genérico sin reparo, aunque soy consciente de que es muy probable que ese
masculino no sea más que un reflejo y una herencia de la sociedad patriarcal en
la que venimos viviendo desde hace milenios. Mi postura podrá no gustar y ser
criticada por alguno por inconsistente o conformista, pero es mi postura y
tengo argumentos para defenderla.
También tuve claro que tenía la
obligación como docente de lingüística de informar y hacer reflexionar a mi
alumnado sobre este complejo asunto para que decidieran por sí mismos a quién
creer y cómo actuar al respecto, pero tras haber formado su propia opinión
razonada e informada sobre el tema. Para ello, en mis clases de lingüística
cada curso académico les pido que escriban su biografía y posicionamiento
inicial respecto a este tema, muy en la línea con mi anterior entrada de este
blog y con la siguiente. Luego les pido que lean el informe de Bosque, el manifiesto de apoyo a Bosque, la contestación de Moreno
Cabrera a dicho manifiesto, la entrevista en castellano.org a Violeta Demonte, otra
lingüista con prestigio, autora junto con Bosque de la gramática Descriptiva de
la Lengua Española pero que en este tema se distancia de él, además de otros
artículos seleccionados. Tras su lectura debatimos ampliamente el tema en
clase. Por último les pido que escriban un nuevo ensayo para comprobar si ha
habido algún cambio en su postura inicial.
Por último, decidí que lo más importante
que debía intentar transmitir a mis estudiantes son las ideas de respeto y
tolerancia hacia las posturas de los demás. Es decir, intentar hacerles ver que
merecen respeto tanto las posiciones más extremas de aquellas personas que por
ejemplo optan por usar el femenino como genérico siempre que se refieren a
personas, por muy minoritario que sea este uso y por extraño que les resulte
por lo novedoso y contrario al uso habitual que es, como la de quienes usan los
desdoblamientos y otros mecanismos para intentar evitar lo que consideran
sexismo, como la de quienes usan la lengua española de una forma más
tradicional, la postura defendida por la RAE. Primero, porque estas opciones
son resultado de la libertad lingüística de los individuos que puede ser igualada
a la libertad de expresión, pues en el fondo las diferentes opciones se
corresponden a menudo con diferentes posiciones políticas e ideológicas y lo
mínimo que podemos hacer en una democracia es respetar las ideas del otro
aunque no las compartamos. Segundo, porque en ningún caso los usos innovadores
son usos incorrectos o que puedan estropear la lengua, aunque a algunos se lo
pueda parecer. Serán usos más o menos acertados, elegantes o precisos, pero no
incorrectos, pues los hablantes tienen el derecho a innovar y a ser creativos
en su uso del lenguaje sin que nadie tenga por qué censurar tales usos.
Tercero, porque quienes adoptan la postura conservadora lo único que están
haciendo es optar por reproducir en su lenguaje elaborado lo que han aprendido
y automatizado desde su niñez, y nadie puede ser criticado por ello. Y cuarto,
porque no podemos saber con certeza quién tiene razón en este tema, pues tiene
que ver con qué son las lenguas y con la relación entre lenguaje, pensamiento y
cultura/realidad, cuestiones sobre las que filósofos y lingüistas han venido
debatiendo sin ponerse de acuerdo desde la época griega, al menos en nuestro
entorno.
Termino insistiéndoles en que con el
tiempo se verá si alguno de los usos innovadores se generaliza lo suficiente
como para hacer cambiar en un sentido u otro los usos habituales y
automatizados de los hablantes de la lengua española y que no habría que
rasgarse las vestiduras si esto sucediera. Mientras tanto tenemos que seguir
trabajando con el objetivo de lograr una sociedad más justa e igualitaria que a
su vez se pueda ver reflejada en las lenguas y en los usos lingüísticos.