Este va a ser el primer tema de lingüística que trato en mi
blog. La elección no es casual. Es un tema que me ha preocupado y sobre el que
he venido reflexionando desde que hace más de 20 años, como estudiante graduado
en la Universidad de Indiana, cursé una clase sobre sexismo en el lenguaje con
Douglas Hofstadter, que no es lingüista sino profesor de Inteligencia
Artificial, pero que al ser uno de los profesores más famosos del programa de
doctorado de Ciencia Cognitiva de la Universidad de Indiana, gracias a su libro
Gödel.
Escher, Bach, an eternal golden braid, se podía permitir dar seminarios
avanzados de postgrado sobre las cuestiones que le venían en gana. Con él tomé
varias clases, todas muy inspiradoras pero de temas de lo más variopinto.
Recuerdo una en la que dedicamos todo el cuatrimestre a hablar de los ambigramas.
Los ambigramas son un juego del lenguaje escrito que consiste en manipular el tipo de letra para conseguir que una misma palabra se pueda leer igual al derecho que al revés. La tarea final de la clase consistió en escribir como ambigramas los nombres de los cincuenta estados de EEUU. Otra clase la dedicó a convencernos de que la traducción entre lenguas es imposible, especialmente en textos como los poéticos, con muchas restricciones formales. La clase en la que más me involucré fue la del sexismo lingüístico.
Ambigrama de Phylosophy |
Los ambigramas son un juego del lenguaje escrito que consiste en manipular el tipo de letra para conseguir que una misma palabra se pueda leer igual al derecho que al revés. La tarea final de la clase consistió en escribir como ambigramas los nombres de los cincuenta estados de EEUU. Otra clase la dedicó a convencernos de que la traducción entre lenguas es imposible, especialmente en textos como los poéticos, con muchas restricciones formales. La clase en la que más me involucré fue la del sexismo lingüístico.
Teresa Vallverdú, una compañera que además era mi profesora
de catalán, y yo éramos los únicos lingüistas de la clase. Los demás eran estudiantes
de doctorado de filosofía, psicología, ciencias de la computación y otras
materias relacionadas con la ciencia cognitiva. Como muchos lingüistas incluso
hoy en día, en aquella época yo pensaba que el lenguaje no era sexista. Sí era
consciente de que existían usos sexistas de las lenguas, pero el lenguaje en
sí, las lenguas como sistemas formales, yo las consideraba neutras. En
particular, pensaba que el uso del masculino como genérico no era una cuestión
de sexismo lingüístico sino de economía del lenguaje. Esto es lo que piensan
muchos lingüistas, que lamentan la frecuente confusión entre género, como
categoría formal perteneciente a la gramática, y sexo, que es una categoría que
tiene que ver con los referentes de las palabras. Confusión que lleva a
considerar el uso del masculino como genérico como un uso sexista del lenguaje
y a defender usos políticamente correctos del lenguaje que sustituyan el uso
del masculino genérico por desdoblamientos “los vascos y las vascas” o usos de
grafías alternativas “vasc@s”. En una presentación que tenía que preparar para
la clase decidí mirar el género como categoría gramatical en las lenguas del mundo
para intentar convencer a Douglas Hofstadter y a mis compañeros de clase de que
el uso del género masculino como genérico no era un reflejo del sexismo
inherente al lenguaje sino que constituye una categoría puramente formal. Los
argumentos que suelen dar los lingüistas son en primer lugar que todas las
lenguas que tienen género presentan sincretismos por los que las formas de
ciertos géneros actúan como genéricas, no por sexismo, sino por cuestiones de
economía. En segundo lugar que hay muchas lenguas que no tienen la categoría
género pero ello no significa que las sociedades que usan esas lenguas sean más
igualitarias en este ámbito. En tercer lugar, que hay lenguas en las que es el
género femenino el que se usa como genérico, sin que tampoco corresponda necesariamente
con sociedades matriarcales. Pero es en este punto donde la defensa de la
neutralidad de los sistemas lingüísticos empieza a hacer aguas. Pues si uno se
centra en las lenguas que como el español tienen solo dos géneros en las que
estos corresponden con nuestras categorías de masculino y femenino, resulta que
se pueden contar con los dedos de las manos el número de lenguas en las que el
femenino es la forma usada como genérica, ya que en la inmensa mayoría el que
se usa como genérico es el masculino. Si las lenguas como sistemas lingüísticos
formales fueran neutras, uno esperaría que el número de lenguas con el femenino
como genérico se aproximara al cincuenta por ciento de las lenguas con solo dos
géneros correspondientes a nuestro masculino y a nuestro femenino. Sin embargo,
no llegan al diez por ciento, con lo que el masculino es el género privilegiado
en esta cuestión. Hay que señalar que las lenguas del mundo con solo dos
géneros son una minoría. Pero es significativo que más del noventa por ciento
de esas lenguas tenga al masculino, el género usado también para referirse a
los varones, como genérico.
Lo que terminó de convencerme de que una lengua como la
española es inherentemente sexista, tras un cuatrimestre de ejemplos de usos
sexistas del lenguaje, fundamentalmente centrados en el inglés, fue la
reflexión sobre la palabra “padres” del español. En muchas lenguas, incluido el
inglés tienen dos palabras correspondientes a nuestra palabra “padres”. En
inglés, por ejemplo serían “parents” y “fathers”. “Padres” tiene un doble significado,
uno, el más usado, que engloba a madre y padre, y el otro que se referiría solo
a padres varones. Aquí radica en mi opinión la clave del sexismo inherente en
lenguas como el español, a saber, que los términos que usamos para los varones
son también los usados para referirnos a todos los seres humanos en general y
por tanto se impone una “óptica de varón” en nuestra sociedad y las mujeres
quedan ocultas tras el burka del lenguaje. Se suele
argumentar, en contra de la visión que defiende que existe sexismo, que en
español hay palabras genéricas como “víctima” o “persona” que siendo femeninas
son también genéricas y se usan para englobar a varones y mujeres. Sin embargo,
este argumento no se sostiene pues a diferencia de palabras como “niño” o “padres”
que presentan dos significados, el genérico que engloba a personas de ambos
sexos, y el específico, que se refiere
solo a los varones, “víctima” o “persona” solo pueden usarse con valor
genérico. Es decir, que al contrario de lo que sucede con las palabras masculinas
que al mismo tiempo tienen el doble valor de ser específicas, refiriéndose solo
a varones, y genéricas, englobando a todos los seres humanos, las palabras de
género femenino tienen el valor específico o en contadas ocasiones, el
genérico, pero nunca ambos al mismo tiempo.
El segundo argumento que suelo usar para defender la postura
de que una lengua como la española es inherentemente sexista es que, a pesar de
los avances sociales en el ámbito de la igualdad de géneros que hemos
experimentado en las últimas décadas en España, avances que se ven reflejados
en que palabras como “alcaldesa” o “presidenta” que antaño tenían como único
valor semántico “esposa de”, incluso hoy en día en que hay muchas mujeres
alcalde de sus pueblos y ciudades, la palabra alcaldesa puede seguir siendo
utilizada con este valor, pero “alcalde” no es usado como “esposo de la
alcaldesa”. Donde mejor se ve este argumento es en el par “rey”, “reina”. La “reina”
es casi siempre, la esposa de un “rey”. Sin embargo, el esposo de una reina, no
puede recibir la denominación de rey, sino que tiene que especificarse como “rey
consorte”. Sigue habiendo pues una clara asimetría entre las palabras de ambos
género.
Si estoy convencido de
que existe el sexismo en la lengua española y que esta actúa como un burka que
invisibiliza a la mujer y lo femenino, ¿cuál es mi opinión sobre lo que debemos o podemos
hacer frente al sexismo lingüístico? Este será el tema de mi próxima entrada
del blog.
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