El Roto, El País 2 de diciembre de 2013 |
Somos conscientes de que, gracias a las nuevas tecnologías, la manera en la
que nos relacionamos con la información y el conocimiento ha cambiado de una
forma radical en los últimos 20 años con el desarrollo de Internet y el acceso
inmediato a una cantidad de datos con los que antes ni siquiera podríamos
haber soñado. Sin embargo, cómo enseñamos en nuestros centros educativos en
todos los niveles apenas ha cambiado en su mayor parte. Seguimos basando
nuestras clases fundamentalmente en lecciones magistrales que usualmente
consisten en monólogos impartidos desde una tarima, con el apoyo de una
pizarra, digital o tradicional, y con algo de suerte con interacción con
nuestro alumnado a través de alguna que otra pregunta.
Aún tengo el recuerdo que, de niño, a principios de los años 70 del siglo
XX, normalmente durante las frecuentes misas a las que nos obligaban a asistir
en el colegio de los salesianos, soñaba con una pantalla de televisión en la
que era testigo y tenía acceso a la verdad de los acontecimientos históricos
que nos explicaban en clase. Me preocupaba enormemente saber qué había sucedido
realmente, averiguar la verdad sobre lo que nos contaban los maestros o lo que
podía leer en los libros de historia. Creo recordar que la imaginaba o bien
como una gran pantalla en la que podría viajar en el tiempo y ser testigo de
los acontecimientos en directo, o bien como un documental en el que la verdad
de esos acontecimientos se me iban presentando en forma de narración apoyada
con imágenes reales de lo sucedido. Creo también que imaginaba que a través de
esa pantalla soñada e ideal podría recibir conocimiento sobre las demás
materias que formaban parte de mi vida de escolar. ¡Qué poco consciente era
entonces de la complejidad del mundo, de la historia o de cualquier otra materia
académica, de lo poco que sabemos realmente y de las escasas posibilidades que
tenemos de llegar a saber incluso que no sabemos! A lo máximo a lo que podemos
aspirar es a interpretaciones de la realidad imaginada en forma de historias
más o menos verosímiles y coherentes, pero siempre incompletas, en cualquiera
de los ámbitos de conocimiento desarrollados por el ser humano.
No obstante, para poder llegar a esas interpretaciones en forma de
historias incompletas pero verosímiles, coherentes y acordes con los datos
disponibles, tenemos que aprender a construirlas para nosotros mismos usando,
en interacción con los demás, la herramienta más poderosa que nos ha dado la
vida en sociedad, el lenguaje y los sistemas lingüísticos que han surgido en
las diferentes comunidades humanas a lo largo de la evolución y la historia.
Tenemos pues que desarrollar nuestra competencia comunicativa en alto grado,
tanto oral como escrita, y por supuesto, aprovechando los nuevos medios y
tecnologías. Curiosamente, en un reciente informe preliminar de un grupo de
trabajo sobre el futuro de la educación en una de las universidades
tecnológicas de más prestigio del mundo, que atrae a los mejores estudiantes de
todos los continentes, el Instituto de Tecnología de Massachusetts, MIT,
se hace especial hincapié en este punto, en la necesidad de mejorar las
capacidades comunicativas y lingüísticas tanto de su alumnado como de su
profesorado.
Este es uno de los grandes retos de la educación del futuro (que ya es
presente), a saber, el desarrollo de las competencias lingüísticas,
comunicativas, tecnológicas e interculturales de nuestro alumnado. Este blog
nace con la intención de echar una mano en esta tarea.
Soy un profesor de Lingüística General de la Universidad de Sevilla. Llevo
más de 30 años dando clase, desde las clases particulares, que comencé a impartir
con la temprana edad de 16 años a estudiantes que tenían mi misma edad o eran
incluso mayores, pasando por las clases de español para extranjeros que empecé
a dar desde primero de la carrera en Sevilla y luego como estudiante graduado
en la Universidad de Indiana en EEUU, culminando en los más de 20 años de
docencia universitaria de asignaturas tanto de Filología Inglesa en la
Universidad de Huelva como sobre todo de lingüística general y también de
diversos ámbitos de la lengua española para extranjeros en la Universidad de
Sevilla. Así pues, llevo muchas horas de vuelo en esto de la enseñanza. Sin
embargo, no ha sido hasta abril de este año que me he dado cuenta de que no lo
estaba haciendo todo lo bien que podría, pues, a pesar de que siempre había
intentado hacer mis clases lo más interesantes y participativas que me era
posible y de que en los últimos años, sobre todo en las clases de nivel de
Máster, había intentado probar nuevas formas de docencia como aprendizaje
basado en proyectos, clases al revés, e incluso arteterapia, casi siempre había
sido yo el principal protagonista de mis clases. Este abril me di cuenta, tras
asistir al EABE 13 en Algeciras, Cádiz, de que tenía que ceder el protagonismo
en el aula a mis estudiantes, de que, en última instancia, tienen que ser ellos
los que, guiados por mí y ayudados por las nuevas tecnologías, tienen que
construir su conocimiento. En definitiva, que la enseñanza no es transmisión de
conocimiento y contenidos sino un intento de facilitar al alumnado la
construcción de ese conocimiento y de ese saber hacer. Todas las actividades
docentes que lleven a cabo tanto profesores como alumnos, tanto en el aula como
fuera del aula, deberían orientarse a este fin.
Sigo manteniendo mi mente abierta y pienso que en esta tarea pueden jugar un
papel importante tanto las clases magistrales, como las clases más participativas,
pero estoy convencido de que es en la interacción donde más se aprende y que
como docentes tenemos la responsabilidad de asegurarnos de que el precioso
tiempo de nuestras clases presenciales se dedican fundamentalmente a tareas y
actividades que involucren a los alumnos, como los proyectos, la resolución de
problemas, los estudios de casos, los debates, diálogos etc. Las nuevas
tecnologías nos permiten hacer accesible la información y el conocimiento que hasta ahora eran transmitidos por medio de las clases magistrales de otras maneras igual de eficientes, o bien
por medio de grabaciones de esas mismas lecciones magistrales, blogs, lecturas, o a
través de los nuevos medios y tecnologías a nuestro alcance.
En el informe del MIT al que me he referido antes se hace hincapié en esto
mismo, que la enseñanza debe basarse menos en lecciones magistrales desde una
tarima y más en un aumento de la interacción entre profesores y alumnos y en el
aprender haciendo por parte del alumnado. Resulta sorprendente encontrar aún
hoy esta afirmación en un informe sobre el futuro de la enseñanza en una
institución que se fundó en 1861 precisamente
como alternativa innovadora a otras instituciones de educación superior
donde imperaba el aprendizaje memorístico, una institución que se ha convertido
en una de las que tiene más prestigio en el mundo por su enseñanza basada en el
experimento y en la experiencia práctica, con mens et manus como lema inspirador. Da fe de cómo las clases
magistrales siguen siendo el medio de enseñanza más frecuente en la educación
formal y cómo el futuro de la educación pasa por minimizar su presencia en el
aula y maximizar la presencia de actividades y tareas que involucren al alumno
y le permitan en interacción con los demás construir su propio conocimiento y
aprender a aprender haciendo.
Me ha encantado tu entrada. Creo que me quedo con esta idea: Enseñar no es transmitir conocimiento, sino ayudar a construirlo. La voy a colgar en todos los tablones del cole (virtuales y físicos).
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