Tuesday, December 17, 2013

La revolución docente que nunca llega



Estoy asistiendo a unas jornadas sobre innovación docente en la Universidad de Vigo. Ayer, en la conferencia inaugural, Ángel Gabilondo, catedrático de metafísica, ministro de educación con Zapatero,y anteriormente también rector de su universidad la UAM y presidente de la CRUE, nos llamó a todos a una insurrección con el grito de "a las aulas". También nos animó con esta cita de Eduardo Galeano: "guardemos el pesimismo para tiempos mejores", ya que ahora ante la gravedad de la crisis en la que estamos inmersos no podemos permitirnos el lujo de ser pesimistas sino que tenemos que actuar.
Se lamentó de que en este país todas las leyes de educación vienen de dos en dos, la ley y el anuncio de su derogación por parte de la oposición. Nos exhortó a querer a los alumnos y a trabajar con ellos no sobre ellos. 
En todas las ponencias de ayer se defendió, a través de propuestas concretas de innovación docente, lo mismo que he venido advocando en este blog, a saber, la necesidad de dar mayor protagonismo al alumnado implicándolo en la actividad docente a través de proyectos, autoreflexión, las nuevas tecnologías, los portafolios, aprendizaje en equipo, etc, responsabilizándolo de su formación y dotándole de mayor autonomía que le permita aprender a aprender.
Sin embargo, pongo la mano en el fuego de que la mayoría de las clases de estos mismos docentes involucrados en proyectos de innovación docente siguen siendo clases magistrales basadas fundamentalmente en un monólogo del profesor. Por qué es tan difícil que se produzca la necesaria revolución docente?
El desarrollo mismo de la jornada de ayer fue un claro ejemplo de ello: presentaciones de entre diez y quince minutos, seguidas de un turno de preguntas de dos o tres minutos para preguntas o comentarios, si es que los había, pues muchas de las presentaciones no generaron discusión posterior. 
Voy a intentar responder a la pregunta poniéndome a mí mismo de ejemplo. Por qué he tardado 30 años en darme cuenta de la necesidad de una revolución en mi actividad docente y de que tengo que trabajar con los alumnos y no sobre ellos? Supongo que la fuerza más poderosa es la inercia. La enseñanza ha sido así siempre, con nuestra educación hemos conseguido una formación más o menos aceptable, para qué cambiar? En otras palabras, enseñamos como nos han enseñado. 
También, es obvio que requiere mucha más implicación y mayor esfuerzo y trabajo el nuevo modo de enseñar basado en el aprendizaje colaborativo a través de proyectos, resolución de problemas o basado en casos. Y con grupos grandes y mucha carga docente, se hace heroico enseñar así. Hace poco le escribí un mensaje a uno de los catedráticos de lingüística que más admiro, gran comunicador y docente, contándole lo que estaba intentando hacer en mi docencia de la asignatura de introducción a la lingüística de primero de Filología. Me contestó diciendo que estaba de acuerdo con el modelo pero que era inaplicable en grupos numerosos como los que tenemos en la universidad española. Por último está el miedo a no poder cubrir todos los contenidos que aparecen en los programas de nuestras asignaturas.
Para conseguir tener éxito en nuestra propia revolución docente tendremos que vencer nuestros miedos y aplicar la fuerza suficiente para vencer la inercia. El objetivo final de mejorar la educación de nuestros hijos y con ello conseguir un mundo mejor hace que el esfuerzo valga la pena. A las aulas!

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